atuneros – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

atuneros

Si, me he atrevido a lavar el coche. Ya era hora, pensaría mi fiel 206, porque hacía más de seis meses que no le tocaba y es que yo opino que el coche soporta mucho mejor las inclemencias climatológicas con una capa adicional de barniz.

Por supuesto fuimos a un lavadero de coches de esos modernitos y fashion que te fundes, con mangueras de agua a presión y donde no dejan usar calderos ni esponjas, como siempre se ha hecho y, a cambio, gastamos más agua de la debida a cambio de un par de moneditas.

Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido los especimenes que habitan esos lugares: atuneros (seguidores del tunning) de varios pelajes y familias enteras.

Ya me imagino la situación: me llamo Ricardo, pero todos los colegas me llaman Richar y salgo con la Yeni, que se llama Yénifer y está cañón. Como es domingo por la tarde he quedado con mi más mejor amigo, que se llama Juan, pero le llamamos Yoni y con su novia la Leti porque Yoni es atunero, tiene un 206 negro, dos puertas, con un subwoofer que te mueres y pone el regaettron a toda leche, hasta que tiemblan los semáforos. Por supuesto, ¡vamos a ir a lavar el coche! Un plan de la leche.

Al final, el Yoni es un pelirrojo, hermano gemelo del neng, con la cara roja y las piernas blancas, que aparcó en el lavadero de al lado. Durante toda la operación, el Richar da muestras de amistad del estilo de «por aquí, Yoni, que tiene mierda por un tubo» o «no arrimes tanto la pistola, que te oxida la pintura».

Tampoco faltaron una familia con un peaso xsara picasso que el marido se encargaba de limpiar con fruicción, casi con pasión y deseo, mientras su señora ponía cara de tener ganas de sufrir una operación de anginas y dos niñas de edades diferentes, pero vestidas igual, se dedicaban tocar los cojones, gritando y tirandose cosas. Yo siempre lo he dicho, Erodes era Rey por algo…

La gota final la puso un tipo que se presentó con su descapotable negro y la churri rubia en el asiento de al lado. Sólo le faltaban un par de cadenas de oro del grosor de un dedo pulgar y un fajo de billetes asomando por el bolsillo del pantalón.

Espero que el coche me permita estár otros seis meses sin lavarlo porque no podría volver a pasar por semejante zoo en algún tiempo.