Y duraban exactamente veinte segundos. Era un anuncio de la televisión, donde una pareja visitan un piso que les termina encantando, firman unos papeles (si hay que apostar, yo lo hago por la hipoteca) con un señor muy sonriente y ya, con la casa en propiedad, quitan el horrible papel pintado de las paredes, limpian y desinsectan todo el inmueble. Luego, pintan las paredes de color chocolate y, lo mejor del anuncio, comen en mitad de una habitación vacía, sobre una mesa diminuta con dos sillas. Al final, consiguen una furgoneta y la llenan de cajas de cartón que luego serán muebles.
Lo dicho, el último año de mi vida en veinte segundos. Al menos mi hipoteca no es la del anuncio, ¡a cincuenta años! Ya no hay norte, se perdió hace tiempo.
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