España huele a rancio y sotana roida, a bandera tricolor y batalla. Son las conclusiones que uno saca con todo esto de las manifestaciones en contra de la ley que permite a los homosexuales casarse y adoptar niños.
A mí, personalmente, me parece estupendo que deje de considerarse ciudadanos de segunda a una persona sólo por sus preferencias sexuales y, a ver si de una vez aprendemos y conseguimos que se deje de mirar con lupa cada movimiento que hace el vecino.
Aunque nos esforzamos por parecer europeos y cada mañana nos decimos al espejo la bonita frase de too er mundo e güeno, sólo hay que ver un rato la tele para saber cúan cerriles seguimos siendo. Fraga gritando a uno de sus propios colaboradores (ni tan siquiera era a un contrario político), el desconocido foro de la familia (¿monster?) haciendo de paladín de curas, obispos y purpurados, el PP (ese pepe no, el otro, el del centro) batallando por cada calle, cada metro cuadrado y cada manifa. Sólo falta Saza pegando tiros al oeste y gritando «¡Me cago en el misterio! ¡Esto es un sindiós!», porque amanece desde por donde no es.
Anoche, para más inri, estuve viendo «Aquí no hay quien viva» y tengo que decir que me lo pasé muy bien, que las alusiones sólo afectan a los que están con un ojo en el tendido y otro en la biblia, expectantes y midiendo las palabras. Yo, definitivamente, me apunto a esta manifa.