Cuando nos conocimos no era más que un montón de pelos color naranja que viajaba en el fondo de una bolsa de deporte azul. Estaba confusa y mareada, sólo hacía unas horas que la habían separado de sus hermanos en algún paraje verde y con gallinas y, en breve, sería el regalo de cumpleaños más esperado en mucho tiempo.
Michi, Michina, la china de folixeru era una gata juguetona que disfrutaba persiguiendo pelotas de papel de plata por el exiguo pasillo de un piso demasiado pequeño para acelerar y frenar en dos segundos, que todos los días le tatuaba algo en el brazo a su dueño para que tuviese que poner excusas al llegar al trabajo y que me cedía, en ocasiones muy señaladas, su sitio en el sofá. Folixeru, por su parte, parecía un padre primerizo, que siempre estaba pendiente y preocupado con las infecciones y problemas que acarreaba desde que perseguía gallinas, que le hablaba en un tono cálido y mimoso, que ideaba extraños juguetes que colgaban de puertas o que se podían arrastrar para ver cómo dejaba arado el suelo del pasillo y que alteraba la ruta prevista para aparecer por el piso y asegurarse de que tenía suficiente agua y comida para un par de días.
Yo, por mi parte, llegué a creerme el padrino de la criatura o ese tio marino de las novelas de Isabel Allende que nunca está, pero que aparece de cuando en cuando para jugar un rato y charlar. Fue mi primera visión del día un par de ocasiones en que me quedé a dormir en el sofá, mirándome desde lo alto de mi barriga y girando la cabeza como diciendo ‘¡está vivo!’ y estoy completamente seguro de que, si me esfuerzo, aún puedo sacar algún pelo anaranjado y gatuno del traje azul de las entrevistas de trabajo, casi cuatro años después.
Por todo eso y mucho más me dejó tan seco y vacío la noticia de su muerte hace un par de noches, mientras dormía y por eso le haremos un homenaje a la primera oportunidad: dormiremos en el sofá, correremos detrás de bolitas de papel albal, chocaremos con las puertas y jugaremos con cáscaras de nueces que cuelgan de las puertas de la cocina.
Hasta luego, michi.
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4 ideas sobre “tuchina, folixeru”
Michi ?, yo conozco al hombre que casi conoció a Michi Panero.
Yo tuve un gato llamado Silvestre, era exactamente igual al de los dibujos animados. Qué tendrán esos bichos que todavía lo recuerdo con cariño cada vez que me veo la marca del arañazo que me dejó en la mano.
Siempre me hablaste con cariño de la gata de tu amigo, pero yo no sabía que se llamaba Michi, me asombra porque mi gata se llamaba Mirichi casi coincide el nombre. Sabes que tengo un cariño especial a los gatos, siento lo de Michi, supongo que siempre la recordará folixeru y la echará mucho de menos. Y yo me alegro que la hayas conocido, y hoy y siempre la recuerdes.
Tu gata se llamaba Mirichi y era negra, completamente negra. Michi o Michina era naranja. También creo que tenía la cara bastante más regordeta.
Lo importante de esto no es el color del animal sino el número de años que estaremos recordando su cara mientra te miraba fijamente cuando le hablabas. Hay quien dice, y yo lo mantengo, que la mejor cualidad de los animales es que no hablan y, por ello, no pueden romper el hechizo que los une a sus amos. Lo importante, con lo que nos quedamos siempre, es el hechizo.