Joaquín Sabina saca otro disco más. Por lo que se cuenta en la noticia, el disco sólo tiene guitarras y letras, una vuelta al Sabina de verdad, sin artificios ni florituras.
Escucho a Sabina desde que tengo uso de razón o, más exactamente, desde un verano, hace ya mucho tiempo, en que nos fuimos de camping a Barayo un mes entero. Las raras ocasiones en que cogíamos el coche y nos íbamos a los pueblos cercanos (Tox, Puerto de Vega) a comprar comida, a dar una vuelta o simplemente a que mis padres descansaran un poco de mi hermano y de mí dejándonos libres y asilvestrados por la calle. Y era entonces, en esos raros instantes en que el renault cinco volvía a rugir, cuando Sabina y Viceversa acallaban al motor a base de princesas, luces de neón, whiskys sin soda y rebajas de enero. Al terminar el mes volvimos a Gijón a toda prisa porque teníamos entradas para el concierto que dio aquel verano. Era 1986.
Desde entonces lo mio con el tio Sabina ha sido fanatismo puro y duro, sin concesiones. Me aprendí todas las letras de todos los discos, fui a todos los conciertos que dio en Gijón, hice colas de siete horas para que luego una laringitis lograse suspender el concierto y tuviese que volver a esperar otras cinco horitas de nada, estuve saliendo con alguien que era, si cabe, más fanática que yo y, con la llegada de Internet, me bajé toda su discografía y comencé a elaborar los archiconocidos Sabina Grijis Jis. También recuerdo que el día que estrené mi carné de conducir terminé en un concierto en las Mestas, cantando Más de cien mentiras a gritos, o la vez que salí de Granada entonando el Nos sobran los motivos hasta llegar a Guarromán, tras cuatro días de fiesta y psicoanálisis.
Y entonces un buen día nos enteramos de que la coca produce infartos celebrales y todo se fue a la mierda. Las canciones oscuras, lúgubres y tristes, sin duda alguna las mejores, se llenaron de luces y flores, los zumos de frutas tropicales del bosque sustituyeron al whisky y al ron y la coca, simplemente, desapareció. Pero la gente que comprábamos sus discos (las adicciones hay que pagarlas y la mía subvencionaba otras) seguimos ahí, un poco desilusionados con los dos últimos discos, aferrados a los temas de siempre y las grandes letras, pero al pie del cañón. Y sé que este disco venderá mucho pero, a no ser que Joaquín vuelva a ser el de antes, desilusionará más.
Sé, a ciencia cierta, que a este perro andaluz sin domesticar le debo gran parte de la banda sonora de mi vida o, por lo menos, la parte más intensa y emocional. Todavía hoy sigo teniendo canciones tabú, que apenas escucho porque me trasladan a otra época y otros lugares en donde aprendí que las tristezas se pasan mejor en la compañía de alguien que se llama soledad.
Una idea sobre “xuacu vuelve a la carga…”
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