El post anterior sirvió para obligarme, de alguna manera, a hablar de los bares de diario, los bares del barrio donde tienes cuenta y un sitio fijo junto a la barra. Yo he conocido muy pocos (me he iniciado tarde en el arte de ser conocido en una de estas instituciones) pero la experiencia ha valido la pena, por intensa.
Normalmente, en estos sitios siempre hay gente, dos o tres personas como mínimo además del dueño o camarero. A los primeros se les conoce como lugareños o figurantes y son parte del decorado. Siempre están allí, sea la hora que sea y casi nunca dan conversación, van a lo suyo que, sea lo que sea, siempre está en el fondo del vaso.
También está el dueño (en la mayoría de las ocasiones) o el camarero/a de siempre. Son gente eficaz y con oficio: si son las cuatro de la tarde y te ven entrar, te ponen un cortado con la leche templada. Si son las doce de la noche te ponen un cacharro de cc (cacique+cola), con medio limón exprimido. Porque esa es otra, siempre están abiertos, siempre encuentras refugio.
En La Calzada había un par de bares así cerca de casa, sitios con el interior más oscuro y que apenas se podía vislumbrar nada desde fuera. Al final descubres que sólo hay cafés, carajillos y alcohol y, lejos de sentirte decepcionado, te motiva a volver, a repetir.
Lo mejor de todo es que tienen unos precios asequibles (sigo pensando que pagar un leuro por un café cortado debería estar tipificado como delito) y unos cafés estupendos.