café por litros – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

café por litros

A la una y media de la mañana apenas se escuchan ruidos, los pirados de las motos y los quads hace rato que no salen de sus casas y sólo el siseo sordo y rítmico de los aspersores de agua, que inundan el jardín de la comunidad de vecinos, rompe el silencio.

Ha sido un fin de semana diferente, con más gente de lo habitual pululando por la casa, con turnos para la ducha y café por litros, pero ha valido la pena. La visita, padres y tíos, han venido a vernos, a ver el piso y a llevarse por delante varios meses de dietas en unas demoledoras jornadas gastronómicas, aunque también han venido con la navaja suiza de McGyver y el mono de trabajo. Sólo llevaban unas horas aquí y ya habían sido vistas para sentencia las puertas corredizas del armario, que debían poder moverse de un sitio a otro, las estanterías del despacho, que no tenían los tornillos adecuados, la puerta del horno, que no cerraba correctamente, las mosquiteras de las puertas, que necesitaban mimos y la puerta del aseo, que necesitaba un par de arandelas nuevas. La árdua tarea de quitar y volver a poner todos los tornillos de las sillas, argumentando que están flojos, ramonín, no cuenta para nota. En líneas generales el piso ha gustado, la decoración made in Suecia ha gustado y la distribución también, así que se puede decir que hemos sacado un aprobado holgado, a falta del sofá y de cuatro detalles más.

Aunque normalmente no se dice, las visitas se agradecen y se celebran como un día de fiesta en que todo está permitido. La gente habla a la vez, a gritos y quitándose la palabra, tratando de poner al corriente de las novedades, a toda velocidad, contando los últimos chismes y haciendo bromas sobre los mismos temas de siempre. Esta vez, esa situación, me produjo una extraña sensación de vacío, de vértigo y de caida en espiral porque, a pesar de haber comprado un piso a setencientos kilómetros de ellos, el escuchar las voces de media familia comentando el color de las paredes en mitad del salón, me hacía sentir perdido y deshubicado, pero feliz.

La semana que viene seremos nosotros los que haremos los setecientos kilómetros hacía el norte, buscando un descanso que tenemos más que merecido y al resto de caras que esta vez no han venido.

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