Caye es una princesa porque siente melancolía de cosas que no han sucedido y, probablemente, no sucedan nunca, por mucho que lo desee. Nada sale como ella espera y, aunque tiene oficio para salir de casi todo, no sabe salir con un tio, está desentrenada y temerosa. Y luego está su madre, prisionera de su propia pesadilla, recluida y medio cuerda, sonámbula y soñadora. Está cansada.
Zule, como las princesas de verdad, que son extremadamente sensibles, se muere lejos de su reino, cargada de pena y con la foto de su niño a cuestas. Sólo quiere volver y llevar dinero y regalos, pero mientras tanto miente y acepta lo inaceptable para que nadie sepa cómo gana el dinero con el que llama desde los locutorios públicos. Sabe de la vida y sabe vivirla, pero no puede hacerlo en un pais que no le da papeles y donde la persiguen, donde cada coche patrulla puede ser el último.
Lectura obligada.