Counter Strike night – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

Counter Strike night

La espalda siempre apoyada contra lo que queda del muro exterior de la casa, en cuclillas, mirando constantemente a derecha e izquierda por si alguien te ha visto desde la calle y situado en un lugar desde el que se vea el final de las escaleras.

Estás en un tercer piso sin tejado y medio destrozado, pero da lo mismo.El muro de la vivienda es un vago recuerdo y sólo queda en pie la mitad, desde la ventana hacia la derecha. Afuera está lloviendo pedriza y, sin embargo, la calma te inunda. Sabes que tienes que hacer y eso te tranquiliza; ya eres perro viejo y resabiado.

Alguien en la calle monta un escándalo y sabes que tardará entre tres y cinco segundos en volver a disparar; es el momento.

Te pones en pie, el rifle apunta al techo que no hay, te mueves rápido hacia la izquierda, a la ventana, barriendo el terreno, buscando algo diferente en el paisaje que ya conoces, una cara, un cuerpo, una gorra, un casco; el rifle ahora va por delante, amenazador. Cambias a la mira telescópica, has visto algo extraño. Un reflejo.

La ventana se termina, no tienes más visión, más ángulo. Posición inicial, la espalda contra la pared, en cuclillas, el rifle mirando al cielo. Han pasado tres segundos, con suerte sigue liado recargando el panzerfaust, creyendo que nadie le busca. Esta vez, el movimiento será por la derecha y usando el resto del muro como parapeto. Tienes dos segundos.

En pie, el rifle mirando al cielo, te mueves hacia la derecha, esgrimes el rifle, el tiempo apremia, dos segundos. Usas la mira telescópica desde el principio, desde el mismo límite del muro. Te mueves rápido, ya conoces el paisaje. La ampliación de la mira lo muestra; tras unos escombros, a través de una ventana, verde y pulcro, aparece un casco de infantería aliada. Un segundo. No te ha visto, no se mueve, no te siente, no sabe que la cruceta del Kar98 está en su nuca. Cero segundos.

Se gira, ha terminado de cargar el arma y te busca. Puedes ver cómo inicia el movimiento de levantar el pesado panzerfaust y cómo apunta hacia donde te encuentras, el tercer piso, mientras mantienes la cruceta fija entre sus ojos. Suavemente, con mimo y precisión, pulsas el botón izquierdo del ratón. ¡Plak! ¡Plak! Dos disparos. Con uno hubiese sido suficiente, pero nunca se sabe y es mejor asegurarse; él, con uno solo de sus proyectiles te borra del mapa. No ha terminado el movimiento y se ha caido hacia atrás con violencia. No hay acritud ni triunfalismos, sólo alguien que cae; no es personal, sólo son negocios. Alguien que lleva corbata y que está sentado dos puestos más allá ahoga un gemido y un insulto.

Al instante, sin saber cómo, sin darte cuenta, estás en cuclillas, con la espalda pegada a la pared, el rifle mirando al cielo, tranquilo. Pulsas la erre y el rifle baja; le introduces dos balas en la recámara. Estás listo otra vez.

Después todo se repite, una y otra vez hasta que dan las cuatro de la mañana y, agotados pero contentos, cada uno se retira a dormir.

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