Me acaba de llamar el hermanín, entre esperanzado y ansioso, con la buena nueva de que ha decidido, por fín, dejar de fumar. Pero el camino, lejos de ser fácil, se presenta como una carrera de obstáculos y él corre con la bola de hierro ceñida al tobillo. Así que ha echado mano de la medicina (y del bolsillo) y se ha llenado el cuerpo, ese cuerpo saleroso, de parches para quitar el mono.
Para ponerle interés (con apuestas de por medio es mejor), le he apostado un jamón ibérico de los de aquí, de los que campan a sus anchas por las dehesas, alimentándose y engordando para hacernos disfrutar con los pantalones puestos. Si en tres meses sigue sin fumar, yo pongo el jamón y sino… sus pulmones volverán a destilar alquitrán, volverá a sudar una sustancia negra cada vez que deba subir al cuarto piso sin ascensor donde tiene la vivienda, gastará más dinero del que le gustará reconocer, volverá a tener esos accesos de tos tan divertidos. Casi que prefiero perder el jamón…
¡Suerte, hermanín!
cómo dejar de fumar, jamón ibérico