Este fin de semana pasado pude leer un interesante reportaje en El Pais.es en el cual se hablaba de la generación de los mil euros, gente de menos de treinta años que deben (y soñar) con menos de mil euros al mes en una gran ciudad. Curiosamente, la palabra que más he leido ha sido estafa. Gente preparada, con masters e idiomas, trabajando de becarios por esa cantidad de dinero no es lo que uno ha soñado ni imaginado cuando eligió profesión y, por ende, futuro.
Y sobre todo, con sus 1.000 euros al mes, se han quedado colgadas, a medio camino de la emancipación (independientes de sus padres, dependientes de sus compañeros de piso), asistiendo estupefactas, junto con millones de jóvenes, al meteórico aumento del precio de la vivienda: en 1993, un piso de 100 metros en una capital de provincia costaba en España, de media, 91.000 euros. Hoy, ese mismo piso vale 228.000. Los que compraron hace 10 años habrán hecho la inversión de su vida. Los que no pudieron, vivirán condenados a compartir piso toda su existencia o, en el mejor de los casos, a â??entrar en el baremoâ? y firmar una hipoteca a 30, 35 o 40 años que liquidarán a las puertas de la jubilación.