Ayer tuve los exámenes médicos anuales de la empresa. A falta de los resultados, puedo decir que lo más grave es acudir en ayunas a la cita con la hipodérmica. Para estas ocasiones deberían hacer como con ciertos medicamentos: prohibir que se realicen algunas actividades mientras duran sus efectos. Y no, no me refiero a conducir maquinaria pesada. Me refiero a trabajar. Porque hay ciertas cosas que, sin cafeína, no funcionan. Una de ellas es mi cerebro.
Cuando era universitario solía tomar entre cinco y ocho cafés al día, dependiendo del nivel de exigencia y estrés que tuviera. Seis tazas de aquel brebaje caliente y amargo que vendían en la cafetería al día era, a todas luces, demasiado. Máxime cuando sabías que su efecto vigorizante sólo duraba los veinte primeros minutos de las clases de la tarde. Durante las vacaciones de verano solía desintoxicarme y bajaba la dosis hasta las dos o tres tazas diarias, pero era volver a clase y retomar viejos hábitos.
Ayer, a lo tonto, me pasé todo el día sin café. Me he vuelto tan elitista, que si no es de la cafetera de Jorge, no suelo tomarlo. Total, ¿para qué? El café que hacen en algunos bares debería estar etiquetado como laxante industrial. Así que, tras la extracción de sangre, comí algo y me olvidé del brebaje mágico. Como un ex adicto que soy, no siempre bebo café. Procuro no tomarlo los fines de semana y las fiestas y se podría decir que únicamente lo tomo los días laborables. Intento por todos los medios mantener la tasa de cafeína baja para evitar las recaídas y, hasta ayer, no tenía muy claro porque seguía manteniendo el hábito.
Ayer fue el día sin café, sin cafeína ni esa espuma tan rica que llevan los espressos. Ayer el día se me hizo cuesta arriba, los minutos se espesaron como si se tratase de un café recocido y el cielo se volvió marrón oscuro, casi negro. Ayer pasé mi primer día laboral sin cafeína y caí en la cuenta de que sigo siendo un colgado, un adicto.
Esta mañana, a primera hora, me tomé mi cafetín y todo volvió a la normalidad.
3 ideas sobre “maquinaria pesada”
Y a la falta de café se le suma el acojone de esperar los resultados, y pasarse todo el rato escrutando la mirada de quien te revisa intentando averiguar que significa cada uno de sus movimientos de cejas, boca,.. cada uno de sus comentarios.
Y qué decir de las preguntas, ?cuántas veces come pescado a la semana?, ¿legumbres?, ¿carne?, ¿huevos?, ¿yogures? …. (yo ya me aprendí las respuestas que hacen que el de enfrente no se inmute y las suelto a la misma velocidad que me llegan las preguntas) ¿qué ejercicio hace?, menos de sexo creo que preguntan de todo, y al final beba más agua y haga más ejercicio,… Mi abuelo no quería ir al médico por si le encontraba algo y vivió hasta los 85, sin agobiarse, «si tien arreglo se arreglará y si nun lo tien arreglao tá», un tipo listo.
Yo que te conozco bien, no me creo nada de lo que dices, mi idea es que estabas acojonado, agobiado, etc, porque sé que a tí lo de pincharte te horroriza, cada vez que yo intentaba que te hicieras donante de sangre, la cara de susto y desencajada no se te quitaba hasta pasadas unas horas, y que yo dejara de insistir en el tema. El mal día que tuviste, aunque hubieras tomado tú café, el mal trago del pinchazo tarda en desaparecer de tu cabeza. Los resultados, ese es otro tema, espero que sean buenos. Besinos