Anoche estuvimos viendo, por fin, «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet. No hay una manera fácil de explicar lo que me pasó por la cabeza y esa sensación de desamparo durante una hora y media es lo que, desde mi punto de vista, la convierte en una de las mejores películas que he visto en mucho tiempo.
La historia no es fácil de ver ni de digerir y la sensación que uno se lleva consigo es que hay personas que no tienen suerte y los sueños con los que otros llenamos una vida, la moldeamos y le damos sentido, otros los han ido tirando por el váter. En unos días en los que degollar a una persona es público y la violencia está cada vez más arraigada en esta cultura rápida y depauperada, el hecho de ver una película en dos veces porque te desgarra por dentro es, cuando menos, sorprendente.
De la película en sí hay muchas cosas que decir, pero poca idea de cómo hacerlo. Trata de la historia de una mujer de 23 años que tiene dos niñas pequeñas y un marido, que vive en una caravana en el patio trasero de la casa de su madre y que trabaja limpiando una universidad cuando le detectan un cáncer terminal y le dan dos meses de vida. Sin decir nada a nadie hace una lista de tareas para llevar a cabo antes de morir. Es emotiva, cruda, tierna y un poco melancólica y priman más los silencios que las palabras.