Estoy en el norte, en Gijón, de vacaciones, si pueden llamarse así, porque estaré únicamente seis días y no está eme conmigo.
Que tiempo es variable es algo que ya he aprendido en estos tres años de subir y bajar, del norte al sur, del frio al calor; todo depende de cómo se emplee el tiempo, como se estire hasta encontrar el punto justo entre cansancio y las ganas de salir, de no parar, de estar con la gente que añoras y echas en falta, que es mucha.
Que eme no esté aquí, conmigo, cambia muchas cosas, lo cambia todo en realidad. Me gusta enseñarle mi tierra, los rincones por los que he dado tumbos y los recovecos de la ciudad. En realidad me gusta contarle todo lo que vemos, las pequeñas cosas que cambian de un paisaje a otro. Cuando no está camino hablando solo, le estoy contando las cosas aunque no me acompañe y ni tan siquiera pueda oirme. Por eso mi frustración se crece en su ausencia y también por las cartas que escribo en la mente, a la par que camino y que luego le cuento por teléfono (frio y distante teléfono), tratando de no olvidar ni una coma, aprentando los dientes como un niño que no se sabe la tabla del siete y que trata de encontrar el dato por alguna parte escondida de la cabeza, sin éxito.
La próxima vez, eme, no te libras. La próxima vez subimos a Somiedo y bajamos a la playa, nos daremos una vuelta por el prerromanico y por la costa, de oriente a occidente, de la pizarra a la teja. La próxima vez no te lo pondré tan fácil. Prometido.