Los martes tenemos la sana costumbre de organizar una pachanga a fúmbol entre los compañeros del trabajo (el fútbol es un deporte y lo que nosotros hacemos, sinceramente, es un descalabro). Como ya llevamos un año con esta costumbre, ya somos perros viejos y nos conocemos, puntos fuertes, débiles, capacidades y carencias. Así te evitas correr demasiado y, ante todo, quemarte con los primeros pases y escaramuzas, cuando todavía estamos frescos, fuertes y podemos respirar sin dificultad. Al cabo de diez o quince minutos parecemos peces fuera del agua, chorreando y boqueando, tratando de coger un poco de aire.
Tan sana actividad la solemos trasladar a algunos jueves, como ayer. En principio no íbamos más que ocho y tendríamos que jugar usando medio campo, pero aparecieron tres negros (personas de color me parece un término estúpido) que se unieron a la juerga.
Y entonces, ¡jugamos al fútbol! Yo no recuerdo haber corrido tanto en mi vida y mucho menos, haber terminado completamente cansado y con la sensación de haberme ganado la cena. Según uno de mis compañeros de equipo, fue como haber salido de Días de fútbol.
Mirándonos de lejos uno se plantea ciertas preguntas y, lo que es peor, varias respuestas. Los blancos éramos más bajos, más enclenques, estábamos más pálidos y corríamos la mitad. Los negros eran más altos, más fuertes, tenían una constitución física envidiable (igual que nosotros :)) y no dejaron de correr (¡y cómo!) ni un minuto.
Ahora ya sé cual es la raza superior, si es que hay alguna.