El verano pasado (con mención especial, de platino y brillantes para el mes de agosto) fue, sin lugar a dudas, el mejor verano que he vivido. Fue el verano en el que me fui de casa de papi y mami, por las bravas, de un día para otro; el verano en que compartí piso con un par de animales (y era el tercero en discordia) y, a pesar de todo, amigos; el verano en que hice lo que me apeteció y, por supuesto, el verano en que conocí a M.
803 (agosto del 2003) fue un cocktail demasiado fuerte:
– muchas horas de trabajo
– un par de amigos frenéticos y medio chiflados a los que nunca les dices que no
– mucho cacique+coca-cola light al limón+mucho hielo+mucho limón+vasu sidra
– más de 40 grados de temperatura (de día, de noche, de lado…)
– ausencia de un aparato de aire acondicionado en Badajoz
– ganas de morir matando, de vivir a saco, de no dormir, de aprender, de disfrutar, de reirse de todo, de olvidar
– muy poco sueño (2,3 o 4 horas al día, como mucho)
– 31 días de agosto…
Pero la vida sigue y lo único que nos queda es la posibilidad de llorar una lágrima furtiva, in memmorian. ¡Sea!