Falta media hora para que vuelva el fútbol a mi vida, al país y nos convierta a todos en idiotas agresivos. Sólo faltan treinta minutos y me he refugiado en mi bar favorito de Mérida, buscando una cerveza fría y un rincón oscuro donde no llegue la luz de un televisor. Y, de momento, funciona. Las luces a media asta, el jazz suave y los ventiladores de aspa moviendo el aire relajan, tranquilizan.
Lo que queda de agosto va a ser digno de una película surrealista. Al deporte rey del país se unirá, como no, el máximo accionista de la religión católica, que ha decidido pasarse por Madrid a evangelizar un rato.
A veces me apetecería tanto ser francés, republicano y tener una guillotina a mano…