Dicen que el gusto es el sentido con más capacidad de transportarnos a otra época y lugar, simplemente saboreando algo que ha permanecido en nuestro cerebro durante décadas. Para mi el oído es el segundo catalizador, sólo necesitas una canción, un tarareo, una insinuación y vuelas a otro tiempo.
Hace unas noches fuimos a ver el concierto de Bryan Adams y bastaron unos acordes de guitarra para que todo a mi alrededor se desvaneciese y volviese a estar en San Isidro, esquiando, con el DiscMan AIWA a todo trapo y aquellos auriculares tan incómodos escupiendo el Waking Up The Neighbours en bucle. Ese disco era lo único que rompía la quietud del telesilla cuando ascendía entre niebla o lo que sonaba cuando, en Andorra, el monitor nos sacó de pista por nieva virgen y niebla y me estampé contra un árbol que no pude esquivar. Estuve unos minutos tirado en la nieve, boca arriba mientras me nevaba y sonaba Bryan.
También estaba en el cinco pero ya eran más baladas, menos guitarra y en aquella película terrible de mosqueteros que tenía una canción suya como tema principal. Y, a lo largo de los últimos años, de una forma u otra, tengo una canción de Bryan Adams asociada a varios momentos.
Mil recuerdos después, lo que viene siendo un parpadeo, volví de la ensoñación y pude responder con un ‘¡sí, mucho!’ a A cuando me preguntó si me gustaba.
Viajes astrales aparte, el concierto fue una maravilla, un derroche de efectividad donde todo encajaba a la perfección, desde el repertorio, hasta los músicos. Fue un espectáculo completo.
Algunas fotos
Porque no todo iba a ser quedarse atontado :D. Todas las fotos han sido hechas con el móvil, con una aplicación un poco mejor que la que viene instalada pero con todas las limitaciones que tiene.