En el tema de viajar, reconozco que soy una persona que se mueve por impulsos, por emociones. Sencillamente, decido que quiero ir a tal o cual sitio por lo que leo, lo que veo en la televisión (cine, series) y lo que me cuentan. Me gusta escuchar historias sobre sitios remotos a los que inicialmente no iría, sólo para darme cuenta que sigo lleno de prejucios y miedos absurdos. Hace años me curé casi toda esta tontería yendo solo a Londres y pensando que me encontraría con un montón de ingleses snobs, con paraguas y bombín. Al final tuve que admitir mi error y, como castigo, vuelvo siempre que puedo.
Desde que nos casamos a esta parte, eme y yo nos estamos acostumbrando a repetir ciertos patrones, año tras año. Para empezar, nos pedimos a los reyes un viaje corto, a algún sitio que esté cerca, para no pasarnos el tiempo desplazándonos. Algo tranquilo para empezar el año con calma y fuerzas. Después, al final del verano nos vamos todo lo lejos que podemos y, a ser posible, uniendo varios destinos.
En 2011 hicimos nuestra gira por el futuro (o cómo será este país en cincuenta años): Copenague, Estocolmo, Oslo y Londres. Este año, 2014, hemos hecho la gira por el pasado (la segunda parte del siglo XX): Berlín, Viena y Budapest. Y, dejando a un lado detalles como que ir de Berlín a Viena en un tren nocturno no tiene ese halo de romanticismo que se le supone, hemos vuelto a Mérida con ganas de visitar Berlín, especialmente Berlín, de nuevo.
Así que en breve comenzaré a poner listas de sitios que visitar, fotos y alguna que otra tontería que nos pasó, disfrazándola de gran aventura. Porque la mejor parte de los viajes comienza cuando se lo cuentas a alguien…