Al principio, ni tan siquiera se dio cuenta puesto que fue un gesto automático. Simplemente escribió aquel nombre, como una palabra más, enredada en mitad de una frase y sin acordarse de ella. Garabateó su nombre dentro de una frase, fuera de cualquier contexto y, al repasar lo escrito, aquellas seis letras mutaron y se fueron convirtiendo en unos rasgos, una nariz, unos ojos, para terminar dibujando una cara conocida.
No fue hasta el instante en que aquella cara conocida le devolvió la mirada desde el papel, que no tuvo constancia de lo sucedido. El resto de palabras escritas en el papel se fueron difuminando hasta desaparecer ante sus ojos y sólo quedó la cara, mirándole fíjamente.
Y no pudo esquivar la mirada.
He publicado otro relato corto titulado «Nada más después de ella», en cuentascuentos. El resto del relato se puede leer en Nada más después de ella.