A mediados de febrero, tras doce años y pico, volví a pisar una oficina del SEXPE (Servicio EXtremeño Público de Empleo) para inscribirme como solicitante de empleo porque en WhiteBearSolutions hubo recortes de personal a finales de enero. Afortunadamente mi situación personal es muy diferente a la de aquella vez en 2003 y eso hace que pise esa oficina con calma y sin la urgencia de entonces. Aún así, perder tu trabajo me sigue pareciendo uno de los traumas modernos que más huellas dejan.
En los escasos treinta minutos que estuve en la sala gris de ese gris edificio noté varias ironías que no tienen gracia. Para empezar, ya no vas a la oficina de empleo a apuntarte al paro, tienes que pedir cita a través de la web usando un formulario que hasta un notario consideraría farragoso y poco claro. Los cartelitos en color rojo intenso con textos de advertencia cifrados tampoco ayudan a decidir que opción de las ocho disponibles es la buena pero, con un par de elecciones fallidas y otro par de reculadas, aciertas y consigues tu cita. Un amigo me comentó que este método es para evitar las fotos de las colas en la puerta y estoy tentado a creer que tiene razón.
Unos días después de haberlo solicitado te plantas en la única oficina de Mérida con tu número de cita y descubres que hay dos enormes salas, una para obtener la cartilla del paro (o como se llame ahora) y otra para actualizar tus datos o solicitar ayudas. Por supuesto, sólo una mesa en cada sala está operativa. Pero eso lo descubres una vez que te llega el turno porque la espera se hace en un rincón pequeño, confinado con biombos que tienen grapados folios con información. La última vez que pisé una de estas oficinas, en casi cualquier superficie disponible había pegado un cartel, aviso o papel con información útil, con listas de empleos disponibles, cursos o información de interés porque ibas al paro a buscar un empleo. Ahora no. Ahora los pocos papeles que tienes a la vista son una relación de números de DNI y horarios de citas y media docena de carteles oficiales sobre lo bueno que es trabajar según la Junta de Extremadura. Sólo esos carteles y sus colores rompen en gris que lo impregna todo.
La entrevista con la persona que ocupa la única mesa activa de la sala es rápida y eficaz. Supongo que la práctica hace la perfección y el tipo está cerca, casi la roza con los dedos. Le digo a lo que voy, me informa de mis opciones, me pide papeles, se los presento, introduce la información en la mierda de programa que tienen (palabras textuales suyas) y me da unos papeles a firmar. Tiempo total, diez minutos. La única mención a mi perfil profesional es para saber qué categoría tenía en mi último trabajo porque ya no hay currículum que actualizar en el sistema ni otro tipo de información personal fuera de la que les interesa, que es la concerniente a cuanto deben pagarte. Y así salgo, con la sensación de haber hecho un trámite desagradable pero necesario y sabiendo que al SEXPE sólo se va a hablar de dinero, no de trabajo.
Hasta el nombre, oficina de empleo, es una incongruencia puesto que ya no vas a buscar un trabajo, no vas a inscribirte en una lista de solicitantes de empleo de la que tiran cuando hay alguno que te puede cuadrar, ya no te facilitan la labor de encontrar empleo con formación o guías, ahora vas a que te den tu dinero (de impuestos) para vivir mientras tu, por tu cuenta y riesgo, buscas tu siguiente trabajo.
Afortundamente, no sólo el servicio de empleo ha cambiado con el tiempo, también lo han hecho las páginas web y demás servicios relacionados y antes de llegar a casa ya tenía instalado en el móvil un par de aplicaciones con que empezar la búsqueda. Cuando aterricé en Extremadura navegaba por las web de empleo varias veces al día, cribando ofertas y ahora es la aplicación la que te dice que ofertas hay y te avisa cuando llega algo interesante. Llevar un móvil más inteligente que muchas personas tenía que tener su lado positivo, aunque sea este.
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