Cada vez que me paseo por el norte me pasa lo mismo. Mi tiempo se convierte en una vorágine de amigos, familia, sidras, noches y ordenadores.
Esta vez ha sido la peor y en los seis días que estaré al fresco voy a estar más de 18 horas instalando sistemas operativos, programas, webcams y mulas. Lo peor es que la mayor parte de las install parties son por la noche, entre las doce y las cuatro de la mañana.
A veces pienso que la culpa es mía por ser tan posesivo con el ordenador, por querer saber que tiene, que le duele y cual es la solución.