— Hace frío ahí fuera. Puedo sentirlo.
— Sí, yo estaba pensando lo mismo.
— Agradezco la mentira, señor Crowder pero ambos sabemos lo que estaba pensando. Cabos sueltos y todo eso.
— ¿Puedes leerme la mente? Quizá iba a cogerte las llaves y dejarte marchar.
— ¿Para así poder dispararme por la espalda? Va a tener que mirarme a los ojos cuando apriete el gatillo. No, supe desde el instante en que se subió a mi camioneta que iba a tener que mirar el oscuro cañón de su pistola. Que iba a acabar conmigo como la plaga que es usted.
— Bueno, he de admitir que hiciste una labor estupenda, dándome coba de aquel modo.
— No era coba. Pero sí que tengo que admitir que las leyendas de los forajidos no pasan de generación entre las familias de los asesinados.
— Bueno, me importa una mierda la «Balada de Boyd Crowder». Ya estaré muerto y desaparecido para cuando se cante esa tonada.
— ¿Un chico que respondía al nombre de Hut McKean significa algo para usted?
— Déjame adivinar. Lo maté, mis hombres le mataron, mi droga le mató o mi padre le mató. Lo siguiente que va a salir por tu boca va a ser, ¿cómo consigue dormir por las noches, Boyd Crowder? Bueno, ¿sabes cómo? Porque yo sé quién soy. ¿Y tú? Eres un esclavo, un desarraigado que ni siquiera lo sabe. Conduces tu camioneta de mierda hacia tu casa de mierda, vives una vida de mierda. ¿Te crees mejor que yo porque cumples las normas? ¿Las normas de quién? Mi vida me pertenece.
— No ha oído ni una palabra de lo que he dicho.
— Me importa una mierda lo que digas. Soy un fuera de la ley.