lenguas de fuego – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

lenguas de fuego

El fuego siempre ha sido venerado y temido, ha infundido terror, ha calentado y protegido. Aún hoy es dificil no quedarse bobo mirando a una hoguera o a una llama que arde en una vela y, sin embargo, el fuego es uno de los mayores enemigos en veranos secos y calurosos como este. Pero, por muy caluroso que sea el verano, por muchos grados de temperatura que una persona sea capaz de soportar, por muy amarillo, seco y sediento que vea todo lo que le rodea, la estupidez humana siempre florece y saca pecho en los peores instantes, en el momento menos oportuno.

El último capítulo del novelón por entregas de la tontería la vivimos el sábado, a las dos de la mañana, en el recinto del botellón del pueblo de eme cuando algún iluminado, borracho y juguetón comprendió que los petardos, como las bicicletas, son para el verano. Pensando así es normal que te apetezca tirar un petardo a un montón de paja seca y amarilla. Antes de que estallase, ya había iniciado un conato de incendio y, al explotar, la onda esparció las chispas y las brasas por doquier. Precioso. Tampoco falto el bombero voluntario y voluntarioso, borracho hasta el alma que se dedico a intentar apagar el fuego con una plancha de metal y lo único que consiguió fue avivarlo a golpe de ventilador.

Al ver el fuego tan cerca, apenas a quince metros y ver los intentos por apagarlo con alcohol (ron, whisky y calimocho) o meando por encima, llamamos al 112, quienes enviaron un coche de locales que pasó cerca del fuego y se situo a un centenar de metros. Debía de ser un espectaculo impresionante y relajante porque se pasaron media hora apoyados en el coche, mirando de lejos las llamas e, imagino, evaluando la situación para pedir por radio refuerzos, panchitos y cerveza, al más estilo Simpson. Si hubiesen atacado con un extintor en los primeros minutos, no hubiese habido incendio, pero es más divertido ver los toros desde la barrera.

Al cabo de cuarenta y cinco minutos (el reloj es despiado cuando quiere), llegarón los refuerzos pero no traían los panchitos, ni la cerveza sino un camión cuba de los bomberos. Los locales debían saberlo porque hacía poco más de cinco minutos que habían abandonado su puestos avanzado de oteadores y estaban haciendo el garrulo con un matamoscas gigante, tratando de apagar focos aislados y pequeños que rebrotaban a sus espaldas; todo sea por la pasta y las apariencias. A uno de los locales, Coyote Dax, se le ocurrió aquello de combatir el fuego con el fuego y. mechero en mano, se pasó un buen rato aplicando llama a la paja seca que ardía casi con mirarla. Finalmente se dió cuenta de que no era buena idea porque lo único que consiguió fue salir in extremis de una llamarada que él mismo había provocado. Nadie le explicó que hace falta controlar el entorno y tener un lanzallamas para combatir fuego con fuego y claro, el hombre se lió.

Cuando el tipo del camión desplegó la manguera, vieron su cielo abierto y se pusieron a regar todo el perímetro y darle estopa a los focos más activos, eso sí, desde diez o quince metros de distancia, sin ensañamiento ni pasión, pero con una pose digna de Llamaradas.

Mientras tanto, la gente estaba extasiada contemplando el incendio y bailando junto a las llamas, celebrando la segunda noche de San Juán del año y brindando por su suerte. Algún gracioso encendía los cigarrillos cogiendo ramas que ardían o meaban lo que habían bebido, contribuyendo a la labor de los locales. Eso sí, cuando el coche de algún atunero estaba demasiado cerca de las lenguas de fuego, les faltaban segundos para salir derrapando.

Al final, tras más de una hora, los locales ganaron su pulso y se fueron, dejando varios conatos de focos activos y nosotros nos fuimos a la discoteca, porque el viento empezaba a cambiar y a ahumarnos.