Los libros normalmente tienen lomos: algunos rugosos, otros lisos, y unos cuantos, al menos en mi extravagante editorial, incluso están manchados por encima. En el hormiguero electrónico, ¿dónde están los lomos? La revolución de los libros, que desde el Renacimiento en adelante enseñó a hombres y mujeres a valorar y cultivar su individualidad, amenaza con acabar en una centelleante nube de fragmentos.
Así pues, libreros, defiendan sus fuertes solitarios. Que no se aneguen sus lomos. Sus lomos son nuestra prerrogativa. Para algunos de nosotros, los libros son intrínsecos a nuestro sentido de la identidad personal.
John Updike, en Babelia. Vía LPC.
He de decir que estoy completamente de acuerdo con el artículo que ha escrito John Updike. Hay partes de mi vida que han transcurrido en bibliotecas, rodeado de silencio y estanterías llenas de libros, con el típico olor que emanan esas paredes, una mezcla sutil de polvo y tinta que impregna el alma de melancolía y sueños. Recuerdo, sobre el resto, la biblioteca del Ateneo Obrero de La Calzada y una tarde de verano de hace muchos años en que mi madre nos llevó, al hermanín y a mí, a sacarnos el carné para poder coger libros, cuentos y tebeos, porque ya había terminado con los de casa. No hacía poco que habían abierto y a mí me dieron el número 336.
Desde entonces, media infancia la pasé allí, leyendo y aprendiendo, saliendo de casa para ir a ‘la biblio’ y volviendo al anochecer, leyendo estanterías enteras de la colección Barco de vapor (de allí salió La señora frisby), buscando palabras desconocidas que daban sentido a capítulos enteros, viviendo las vidas de otros y aprendiendo con ellos y, en definitiva, viajando sentado en un sillón. Soy, gracias a todo eso, un orgulloso ratón de biblioteca.
Afortunadamente, sigo leyendo mucho, aunque no al ritmo endemoniado de entonces y tengo dos cosas claras: que el libro como tal no va a verse relegado por el libro electrónico y, mucho menos, mientras existamos los yonkis del libro nuevo, gentes adictas al olor que éstos desprenden al ser abiertos por primera vez, un aroma a tinta, papel y algún tipo de opiáceo, creo yo. Y segundo, que no hay formato más cómodo para leer que el libro y, me temo, hablo con conocimiento de causa. Del ordenador (pdf, texto plano, html, ps y demás) al móvil, pasando por mi añorada Palm Pilot, ningún formato es más cómodo que un montón de páginas de papel con lomo, ya sea rugoso o liso.
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