relato: manías – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

relato: manías

Relato para El taller de las palabras.

Manías

Darío siempre se despierta a las siete y veintiseis minutos, se calza la zapatilla derecha antes que la izquierda y se dirige al baño, donde le esperan el gel y el champú situados, respectivamente, a la derecha e izquierda del grifo de la bañera. Como siempre, las etiquetas miran hacia afuera, para evitar confusiones. Siempre ejecuta sus medidos movimientos de ballet por su miedo a caerse en la bañera, sujetándose a los bordes con ambas manos y dando pasos cortos y suaves, como si bailase. Cuando se afeita, lo hace comenzando bajo el mentón, haciendo avanzar la cuchilla por el cuello, para saltar luego al bigote y, desde ahí continuar con el resto de la cara.

La ropa la prepara el día antes, para no perder mucho tiempo pensando y llegar tarde al trabajo. Suele emplear quince minutos ante el armario abierto, descolgando perchas, colocando trajes y corbatas sobre la cama, como si de un muestrario se tratase, con los zapatos a los pies de ésta. Termina seleccionando cuidadosamente la corbatas, ni muy clásica ni muy alegre, para no dar una impresión equivocada, dice, para no parecer un nuevo rico sin gusto, ni un viejo ejecutivo decrépito.

El café lo toma templado, con leche desnatada y tres cuartas partes de un sobre de azúcar. Lo acompaña de la misma marca de galletas que, siendo niño, le daba su abuelo y que cada vez resulta más dificil conseguir para Charo, su mujer. El ritual comienza cuando pone sobre la mesa, en columnas equidistantes, montones de seis galletas, con las caras más lisas juntas. Veinticuatro galletas en cuatro montones perfectamente alineados, rodeando su viejo tazón con café. Las despacha en orden alterno, comenzando por la columna par situada más a su derecha, continúa por el siguiente montón par y, finalmente, termina con las dos restantes, las impares, comenzando por la izquierda.

Charo se levanta animada, alegre y vivaracha, cantando y hablando de las noticias de la radio. Darío habla poco. La mañana en que le llamó aquel abogado para decirle que su mujer quería dejar de serlo, sólo había dicho una frase.

–Charo, cariño, me estoy dando cuenta de que eres un poco maniática. ¡Mira que untar sólo media tostada de mantequilla!

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