No recuerdo exactamente qué estábamos haciendo pero no hiciste algo que te dije que hicieras y, al insistir te enfadaste y me llamaste tonta a gritos. No es extraño, a esta edad, que te pilles rebotes de pronto y sin venir a cuento que duran unos minutos. No es extraño y no pasa nada pero no puedo dejar que me llames tonto o tonta sin más, así que te dije que me pidieras perdón por ello.
Con los niños, contigo, crees tener la situación bajo cierto control y sueñas con que se desarrolle de una forma en que ambos aprendamos y, al final, te das cuenta que no eran más que sueños. Ahí estaba yo, serio y esperando a que me pidieras perdón para seguir haciendo cosas y tu, más serio aún, supongo que evaluando la manera de llevarlo todo a tu terreno. ¡Y qué bien te salió, carajo!
Con tu voz grave, hablando alto y claro nos soltaste un «¿me pide, me peldona?» que me hizo aguantar el gesto hasta decirte que si, que te perdonaba pero que no debías llamar tonta a nadie, darte un beso y ver como ibas a jugar. Después, A y yo nos empezamos a reír a carcajadas durante un buen rato mientras nos mirabas extrañado. Estoy completamente seguro que pensabas que nos falta una garcillada para el kilo.