Feña – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…
Feña

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Feña ha muerto hoy, esta mañana, después de tres días en que su cuerpecito de apenas dos kilos se ha deteriorado muy rápidamente. Ayer al mediodía A le dio un baño y al ver cómo estaba de delgada supo que había alcanzado el límite que nos fijamos para evitarle sufrimiento. La duquesa de Yorkshire ha pasado su último día en casa, calentita y cómoda en su cuchita mientras al resto de habitantes del piso se nos hacía un nudo en el estómago y nos íbamos despidiendo de ella. Ser consciente de que haces algo con alguien por última vez es desolador. Sacarla a pasear para que haga sus cosas, ponerle comida en el cuenco e intentar que coma algo, darte cuenta que ya no se restriega con fuerza contra su cama cuando la acuestas, rascándose y contorsionándose y que no hace falta que esperes a que se acomode para taparla con la manta que A le hizo… En las últimas veinticuatro horas he perdido la cuenta de todas las últimas cosas que he hecho con y para ella, en un intento de recordarlas luego, de capturar sensaciones, sentimientos y hasta olores, todo para no dejar que se diluyan en la memoria.

Nos conocimos hace dos años justos y A ya empezó advirtíendome que estaba prácticamente desahuciada, que apenas veía ni escuchaba nada y que no ladraba, sino que estornudaba. En este tiempo se ha ganado a todos cuantos nos hemos cruzado con ella, sin excepción. Yo caí rendido a las primeras de cambio y pasé de tener asco por recoger sus mierdas a sacarla en cualquier momento del día sin dudar, sólo con que se acercase dos veces. Áramo, el gato-pantera, intentó convencerla para que jugase con él muchas, muchísimas veces y, a pesar de las negativas de la duquesa, siempre ha mostrado una deferencia muy fuerte hacia ella, tanto que hoy se acercó dos veces para olerla antes de que nos fuésemos al veterinario y él no es de los que se arriman cuando te vas. Hasta Hugo aprendió a respetarla primero, acaricíandole el pirri con cuidado, esquivándola al correr y tratando de no golpearla con pelotas o coches y a imitarla después, haciendo su característico estornudo. Nunca una masa de menos de dos kilos me ha impactado tanto y tan fuerte, causando tanto dolor al irse.

Hoy ha sido un día muy duro que, consecuentemente, ha amanecido frío y lluvioso porque nadie debería llevar a sus mascotas al veterinario para dormirlas en un bonito y soleado día de primavera. Nos hemos despedido de ella, la hemos acariciado mientras le aplicaban la eutanasia y hemos llorado como pocas veces hasta quedarnos exhaustos y abotargados. En nuestra última conversación a solas, ya en el veterinario, le dije que estuviera tranquila que a partir de ahora yo cuidaré de A y de toda la familia y que la echaremos mucho de menos. Pienso cumplir con mi palabra.

Adiós pequeña.

Feña facts

  • le ha hecho el favor de su vida a Jordi Hurtado: porque a sus 16 años, 8 meses y 18 días sólo podía quedar uno de los dos. Como bien dijo Andy, «tenemos que empezar a pensar en qué mundo les vamos a dejar a Feña y a Jordi Hurtado».
  • era cabezona: no veía y no oía y, cuando intentabas apurarla para que cruzase un paso de peatones antes de que el coche de turno nos convirtiese en papilla, entonces, decidía que no tenía prisa y bajaba el culo para ir más despacio. Tú nunca marcabas la velocidad del paseo, para eso estaba ella.
  • era Súper Feña: uno de sus últimos abrigos para el invierno tenía un enganche para la correa en el lomo y, cuando se iba de expedición por el salón y había que volver a colocarla en su cama, la cogíamos del enganche y la elevábamos un poco hasta la cama. Empezamos a acompañar al gesto con la voz «¡Súper Feña al rescate!» una vez que Hugo nos vio hacerlo y, desde ese momento, el niño lo repetía de continuo.
  • se creía inmortal: y, con lo cabezona que era, se ha muerto porque ha querido. Y dile tú que no…
  • era persistente e inasequible al desaliento: no se rendía cuando quería algo, ya fuese comida, salir o dormir e insistía, con caras dulces de perrita abandonada bajo la lluvia o a ladridos, hasta que lo obtenía. La parte negativa de esto es que parece haber enseñado a Áramo el camino de la persistencia y sus bondades.
  • era la perra guardián más fiera y protectora del continente: porque un día, cuando vivíamos en una casa de dos plantas y dormíamos en plantas diferentes, se dió cuenta de que con estornudar no nos enterábamos y así, sin más, decidió volver a ladrar a todo pulmón para hacernos saber sus deseos y/o necesidades. Y le funcionó estupendamente. Cuando nos mudamos al piso no consideró volver a los susurrantes estornudos y, a veces, se quedaba de pie a dos centímetros de la pared y ladrando con todas sus fuerzas. Decíamos que sus finísimos sentidos habían captado algo y nos estaba protegiendo de los malos, amenzándoles si entraban en el piso con toda clase de dolor y sufrimiento.
  • tenía unas caderas de titanio: por las noches paseábamos a Feña por la manzana y, como la tontería es como es, me inventé el cuento de que el movimiento de sus caderas de titanio (nunca operadas), causaban sensación en un portal web de citas para mascotas de cierta edad, MaturePuppets.com. No sé cómo, de ahí llegamos a que se entendía muy bien con cierto dogo al que conoció en la web y con el que se dejaban mensajes de orina en las paredes del barrio. Al final, salíamos a pasear con ella para que «leyese el whatsapp del dogo». Literal.

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