Lo cierto es que no sé el porqué, únicamente siento cómo mis pies me arrastran a través de la calle Elvira y la plaza Nueva, como si de una procesión se tratase, hasta la iglesia de Santa Ana, caminando junto a los pies negros, los moros y los turistas que llenan cada rincón del recorrido, hasta finalizar justo donde el Darro atraviesa la ciudad por debajo. Es entonces y no antes, cuando levanto la vista y le rindo mi particular homenaje a la torre de la Vela, omnipresente y altivo mascarón de proa de La Alhambra, en forma de saludo breve y sincero, casi agradecido, como el abrazo de dos viejos amigos que se ven al cabo del tiempo.
Siempre repito este extraño ritual nada más llegar a Granada seguro de que, si no lo hago, tardaré demasiado tiempo en volver a la que considero una de las mejores (sino la mejor) ciudades en donde dejarse caer, un lugar que me ofrece tantas posibilidades como gratos recuerdos y que pasa a ser, inconscientemente, mi referencia para comenzar nuevas andaduras o ahuyentar viejos fantasmas. Me imagino, porque no lo sé a ciencia cierta, que el ritual obedece a una vieja deuda con la fortaleza, contraida hace ya más de una década, al volver a la ciudad tras un accidente del hermanín en una pista de esquí, en la sierra. Hay gente que hace promesas a tallas de madera centenarias. Yo, pragmático y agnóstico como soy, busqué al aliado más poderoso en toda la ciudad y me conjuré con La Roja para no volver a pisar un hospital por culpa de una mala, malísima caida. Ella cumplió y yo, desde entonces, también cumplo puntualmente con mi parte de la tradición, quizá la más liviana y agradecida.
Granada es una ciudad fascinante que auna historia e historias en medio metro cuadrado y que es necesario recorrer y patear, primero como turista accidental y ocioso y luego, pasado un tiempo, como experto explorador. Mi meta, hace ya un tiempo, era conseguir que las gitanas que patrullan los vértices de la catedral ofreciendo romero gratis no me viesen como un turista, sino como un habitante más y, a consecuencia de ello, les resultase completamente invisible e inservible. Lo conseguí el día que supe moverme sin necesidad de parar cada cierto número de pasos para ojear un mapa, aunque fuese de refilón. Así, dejando de pertenecer al gremio de los turistas sacafotos, conociendo una pequeña parte de la historia de la ciudad, la necesaria para sentir que no es una estación más en un viaje en que los kilómetros se pagan al peso, va uno haciendose invisible para algunos, los que viven del turismo y extraño para otros, los turistas, y consigue alcanzar el ritmo preciso que le permite formar parte del paisaje.
6 ideas sobre “rituales y aliados”
Entre el informático con grandes dotes de poeta, que nos permitiría reinventar la \»audioguia\» , la empresaria que destila dulzura por cada poro y que responde a \»M\», y una servidora que aunque sin orientación espacial, puede buscarte el plan mas alternativo en forma de flamenqueo, pozas varias o gurmet delicatessen, podríamos formar un buen equipo para dejarnos de estreses y dedicarnos a organizar escapadas a \»la roja\» (eso si, como diría nuestro amigo Arturo, especificando que no hay partidismo politico ni nada parecido, que luego nos asaltan los erizos en pie de guerra…)
Hasta la vuelta, hasta mi visita!mil besos.
Me emocioné al leer tú escrito, yo no puedo expresar todo lo que siento al volver a esa ciudad, no dispongo de tu facilidad para expresar vivencias y sentimientos, solo que pusiste en palabras todo lo que llevo pensando muchos años, al volver a verla o al pensar desde lejos en ella. Me fascina, y me envuelve, sólo tengo buenos recuerdos, los malos siguen ahí pero con los años se endulzan. Te quiero.
Granada, Salamanca, San Sebastián, Cáceres, Sevilla, Cádiz,… Somos un país afortunado.
camafeo (aka ele): ¡Hecho! Dejo las teclas y montamos un chiringuito de visitas guiadas con breves y precisos comentarios a La Alhambra. La próxima visita será tuya ;). Besos.
Mamá: dicen los que montan a caballo que, si te caes un día del bicho, lo primero que tienes que hacer es volver a montar porque sino, nunca podrás volver a hacerlo. Me imagino que los malos recuerdos se combaten igual, a base de ser cabezón y empeñarte en hacer lo que la lógica ve como un peligro, una vez tras otra. El hermanín le puso una nota infausta a la ciudad y yo me empeño en volver por allí cada vez que puedo. Al final, lo de siempre, se trata de conjurar a los demonios. Y me funciona. Te quiero.
espinete: si, mucho, muchísimo, pero casi nadie se da cuenta. Por cierto, ¿no falta una ciudad en esa lista?, del norte, de Asturias… ¡Oviedo, carajo! 😉
¡¡¡Uf¡¡¡ que fuerte, (como decis los jóvenes) si sabe el 96% de los Gijoneses que metes en la lista de ciudades a Oviedo, no te dejan entrar, y tú tio Ramón no te vuelve a hablar. Por cierto, estoy de acuerdo contigo.Besos
espinete es un cachondo y siempre que me ve me comenta las virtudes de ese chico tan majo que es del mismo pueblo que yo, ¿cómo se llamaba?… ¡Ah, sí! Fernando Alonso. 😀
Hay que querelu así…