Estos días estoy volviendo a uno de mis vicios confesables favoritos, la lectura. Y lo hago a lo grande, con estos tres libros:
La lectura es algo que siempre ha estado ahí, que no termino de dejar de lado porque siempre hay otro libro, uno más, que me interesa, que me llama y me obliga a abandonarme al solitario placer de la lectura. Cuando uno profesa esta religión de las letras con cierta asiduidad, termina convencido de que tiene muchos puntos en común con el onanismo: ambos son vicios, son solitarios y no todo el mundo tiene una buena opinión de ellos ;). Pero no importa, mientras queden letras por leer.
«Un mundo feliz» es un regalo de Jandro, de nuestra última visita a Sevilla. Cuando me tocó leerlo, en el bachillerato (ya no sé si era BUP, LOGSE, BG, o como quieran llamarlo), la profesora nos dió a elegir entre el mundo de Huxley y las «Cinco horas con Mario» del genial Delibes. Por aquel entonces, yo comenzaba a leer a los clásicos españoles y me llamó más Delibes. Ni que decir tiene que las cinco horas me parecieron pocas y brillantes y que fui el único que leyó el libro. El resto de mis compañeros optaron por el menor número de páginas de Huxley. Voy, más o menos, por la mitad y me parece un libro intenso y con mucha mala baba. Jandro me lo regaló porque «no se es persona sino se ha leido este libro». Pues ya lo estoy siendo, jandrín.
El «Cabo Trafalgar» me lo regaló mi madre estas pasadas vacaciones. Más bien me encargó que lo buscase y lo comprase. Desde que empecé a leer (allá por 1979), siempre me ha animado a seguir con este vicio cruel y me ha comprado libros. Además, el día anterior había visto en la tele que Pérez-Reverte publicaba nuevo libro y no lo dudó un instante.
Trata de la batalla que se libró frente al cabo Trafalgar, en Cádiz, entre las armadas francesa y española (aliados, por una vez) y la británica. La manera en la que está escrito me recuerda mucho a «La sombra del águila», también del mismo autor. Ese tono cercano, chusquero y violento que hace que no puedas dejar de reir mientras lees como despedazan a un batallón de gabachos en plena invasión napoleónica. Brutal.
Respecto al último, a «La flaqueza del Bolchevique», fue un capricho de menos de seis euros que me concedí este fin de semana, en el Carrefour. Y fue lo único bueno de la desastrosa experiencia de reparar un par de pinchazos en sendas ruedas, y lo más barato, por cierto. Lo curioso de este libro es que he llegado a el a través de la película, y no al contrario, como me suele suceder a menudo. Hace un mes y después de una larga espera, por fin vimos la película y, personalmente, me encantó. Sobria, elegante, con ritmo y con un par de actores principales inconmensurables. Así que el comprar el libro sólo era cuestión de tiempo.
Tiene ciertas similitudes con el lenguaje bestia y chusquero de Pérez-Reverte y, sobre todo, con su humor, muy negro. Es agradable de leer y se hace corto.