«No te preocupes por ellos –le decía a Dios– por… por… porque… todos son equi… equi… ¡eso es!… equivocaciones tuyas. Son los ren… renglones torci… torcidos, de cuando apren… apren… ¡eso es!… aprendiste a escribir. ¡Los pobres locos –continuo ahogado por los sollozos– son tus fal… faltas de orto… ortografía!» […]
Algunas mañanas tengo la impresión de que un doctor loco, enfundado en una bata blanca con lamparones, se ha pasado la noche haciéndome una lobotomía. Y ésta, maldita sea, es una de esas mañanas… cansancio