Hemos llegado a un punto en el que todo vale, donde tener unas tragaderas como la puerta de Alcalá se toma por patente de salud democrática, talante y besos en la boca; mientras que poner las cosas en su sitio, exigir que los estudiantes estudien, que quienes escriben no cometan faltas de ortografía, que los que hablan en público controlen los más elementales principios de la retórica, o por lo menos de la sintaxis, se toma por indicio alarmante de que un fascista totalitario y carca asoma la oreja.
Arturo Pérez-Reverte, en El Semanal (31 de julio de 2005).
ÿltimamente me han dicho que puedo llegar a ser muy radical en ciertos planteamientos y lo cierto es que se equivocan. Puedo llegar a ser mucho más radical y puedo emplear argumentos como el del señor Pérez-Reverte, es decir, que como todo el mundo transige, vale todo. Y no es cierto. ¿Por qué pensamos que algo que se hace mal y que se repite, automáticamente, se está haciendo bien? Y lo que es más preocupante, ¿por qué estamos empezando a pensar que todo lo que hacemos está bien? ¿No hay moral, ni ética? Las soluciones a los problemas pueden ser drásticas y severas o inexistentes y, desde hace algún tiempo, no veo soluciones a muchos problemas diarios o, por lo menos, soluciones drásticas que animen a no reincidir en los errores. ¿Qué sería de los bosques si hubiesen condenado a ciento ochenta años de cárcel a un centenar de pirómanos? ¿Qué habría pasado este fin de semana si hubiesen condenado a Farruquito a veinte años por asesino?