el regreso de la tierrina – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

el regreso de la tierrina

O, mucho mejor dicho, nosotros también estábamos allí.

La última semana santa en la tierrina fue, ante todo, relajada. El día con más actividad fue, precisamente, el de la vuelta. La vuelta a casa sirvió para ver a la familia, dejarse querer y pasar tiempo con ellos que, por mucho que lo adornen, es el principal motivo de morriña, cuando uno hace su vida lejos.

Podría decirse que sufro un proceso de acomodo hacia la tierra que tan bien me ha acogido, pero creo que es más resignación por lo que veo y me cuentan. Sé que, laboralmente hablando, aquí no estoy mal, que puedo considerarme un privilegiado por trabajar en lo que me gusta y hacerlo tan a gusto. Y, precisamente, esta falta de costumbre a renunciar a los pocos sueños que atesoro, me ha traído hasta aquí y me obliga a mantenerme lejos de casa. Bonita paradoja.

El domingo, el día de la vuelta a Mérida, las previsiones sugerían que sería más acertado fletar un ferry hasta Lisboa, antes que tratar de atravesar la Cordillera Cantábrica. Por supuesto, nos jugamos el tipo, ignorando todas las advertencias. A la una de la tarde, la DGT decía que el Puerto de Pajares sólo se transitaba con cadenas (que no tenemos para el focus) y que el Huerna estaba limpio, así que, confiados y felices, nos dirigimos sin dudas hacia el peaje. El resto, se puede resumir en unas pocas cifras:

  • 25000 o 30000 vehículos por la autopista, según las fuentes.
  • dos horas y diez minutos en atravesar los dos peajes.
  • diez euros y pico por disfrutar del mayor atasco de la autopista.
  • el peligro de que con cada gasolinera o área de descanso se formaban más atascos, colas y retenciones.
  • y por último, el factor psicológico: tuvimos en un atasco a un coche camuflado de la policía nacional, con radar y todo, mirándonos mal.

Los cuatro coches que, en la desviación del Pajares y ya en caravana, se desviaron por el puerto acertaron de pleno. A la una y cuarto, el puerto se pasaba sin cadenas. A nosotros, la aventura nos restrasó dos horas y pico, tiempo que aprovechó eme para sacar fotos de la nieve, mirar por la ventanilla, ver nevar, ver llover, ver nubes y claros y volver a ver nieve. Al final, llegamos cansados y con la extraña sensación de haber viajado desde Gijón a Mérida, pasando por los Alpes y por algún paraje desértico de los Monegros, sin apearnos del coche.

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