72 horas de miedo – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

72 horas de miedo

En la mañana de ayer, Michael Schumacher, el hepta campeón de la fórmula uno, sufría un accidente esquiando y se daba un golpe en la cabeza. Supongo que sería por morbo pero, nada más enterarme de la noticia me puse a buscar más información. Al principio no parecía muy grave pero, por la noche su estado empeoró súbitamente y tuvieron que operarlo de urgencia.

Por miedo no quería ver los paralelismos entre el accidente de Schumacher y otro ocurrido veinte años atrás pero @martinezgijon lo sacó a flote.

El miedo puede paralizarte por completo, conseguir que no respires o hacer que respires tanto que te desmayes. Dentro de veintantos días hará veinte años que el miedo paralizó por completo el mundo que conocía. El veinticinco de enero de 2014 se cumplen dos décadas desde que el hermanín sufrió un accidente esquiando, un mal golpe en la cabeza del que salió porque un médico de la estación de esquí le auxilió sobre la marcha. Unas horas después, cuando nos llamaron para contárnoslo, el tiempo se convirtió en chicle. Nunca 72 horas, tres días, duraron tanto.

He pasado miedo muchas veces en mi vida pero nunca tan intenso ni durante tanto tiempo. No era un sentimiento nuevo pero era más fuerte, tanto que no dejaba pensar. Cualquier acción era un esfuerzo titánico y todo dejó de tener importancia. En mi cabeza revivía constantemente conversaciones y episodios vividos con el hermanín, con la estúpida idea de que pensar en él le mantendría vivo. Sabía que era una tontería pero no encontraba otra manera de ayudar.

Todo giraba en torno al tiempo: las primeras setenta y dos horas, los primeros diecisiete días, el primer mes, los tres meses… Y el tiempo, maldita sea, no pasaba. No guardo más que unos pocos recuerdos de aquellos días, de aquel mes, que pasé entre brumas, viendo a gente hablar sin escucharles, haciendo una vida que ya no era normal ni rutinaria, que orbitaba alrededor de las dos llamadas de teléfono diarias que hacíamos con mis padres y mis tíos en Granada, coincidiendo con los horarios de visita de la UCI. Así, día tras día.

Aquel miedo nos transformó a todos, de una u otra forma. Nos unió, nos soldó unos a otros de forma permanente pero también cambió nuestras prioridades. Sabíamos que los accidentes ocurren y que todo cambia en ese segundo fatídico así que tomábamos más precauciones. Desde acciones cotidianas como salir de la ducha a llamadas teléfonicas al móvil (benditos móviles) cuando estás de viaje. Saber que tu familia, esa docena de personas realmente importantes están bien, pasó a ser prioritario. Es curioso darse cuenta que hablábamos más pero no sobre el accidente.

Aquellos tres días de pesadilla pasaron, luego los diecisiete que el hermanín estuvo en coma y después volvió a Asturias y, poco a poco, también pasó el tiempo de hospitalización en Oviedo y volvió a casa. El tiempo seguía siendo un chicle pero, con el uso, había dejado de estirarse tanto y nos concedía un alivio. He de reconocer que las primeras noches que pasó en casa me levantaba e iba hasta su habitación para asegurarme que respiraba bien al dormir. Dormí muy poco aquellos primeros días hasta que, sin saber cómo, la rutina volvió. Por supuesto, no era la misma rutina que antes del accidente pero era las mismas acciones día tras día y eso nos valía.

Hace veinte años de aquello y es la segunda vez que me siento a escribir sobre ello. La primera vez no fue fácil, ni rápido y terminé deshecho mentalmente, agotado y lloroso. Es difícil hablar del miedo, revivir aquellos días y salir indemne. Esta segunda vez tampoco lo he logrado.

Hermanín, si lees esto, que sepas que te quiero a pesar de los sustos. Mamá, papá, siento sacar el tema.