briconsejo: cómo limpiar un teclado inalámbrico en el lavavajillas – El sueño del mono loco
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briconsejo: cómo limpiar un teclado inalámbrico en el lavavajillas

Suena duro, lo sé, pero tras nueve intensos años de servicio y harto de limpiar a medias mi magnífico teclado torcido, el martes me propuse darle el fregoteo definitivo. Ni la banda pegajosa de los post-it entre las teclas, ni el pincel del Macbook, ni el darle la vuelta con meneo parecía limpiar lo suficiente. Además, el polvo y la porquería era una cosa y la mugre adherida a las teclas era otra. Solución: desmontarlo y meterlo en el lavavajillas con el programa delicado, que uno no es un sádico.

Así pues, esta entrada explica cómo limpié un teclado Logitech Cordless Desktop Pro con un poco de destreza y un lavavajillas. A partir de este punto, declino cualquier responsabilidad por roturas, cortes, fracturas o pérdida de teclas que se puede derivar de la lectura y puesta en práctica de mis explicaciones. A modo de resumen: me funcionó a mí pero no tiene que pasar lo mismo con otros. 😛

Tras sacar fotos al teclado antes de tocar nada (para saber cómo volver a dejarlo igual), informarme pertinentemente de cómo se desmontan las teclas y saber que a los teclados inalámbricos no les sienta bien esta idea, me armé con un cuchillo, un destornillador y unas pinzas y me puse a la tarea.

Lo primero fue quitarle el reposamuñecas y las pilas. A continuación, le di la vuelta y, destonillador en ristre, le quité los tornillos de la carcasa inferior y el del compartimento de las pilas. Once, en total. Al separar ambas carcasas hay que tener en cuenta que las une el cable que va desde las pilas hasta los sensores y el circuito integrado y que no es muy largo. Tiene un conector de clip que se suelta relativamente fácil, a pesar de ser endeble.

En la carcasa inferior, la que se apoya en la mesa, únicamente hay que extraer los polos de las pilas para quitarle todas las partes eléctricas. Salen hacia arriba y prácticamente sin hacer fuerza. Tras este paso, ya está lista para el lavaplatos.

En la parte superior del teclado es donde está el divertimento. En este punto, sin haber quitado un solo tornillo, lo que tenemos es, de arriba abajo, el circuito integrado que hace funcionar al teclado; una chapa metálica que le da cuerpo y protege la estructura; una lámina de plástico con los sensores que activan las teclas; y unas piezas de goma que hacen de muelle de las teclas, levantándolas cuando se pulsan. Bajo todo esto, como decían en París, están los adoquines, las teclas.

Al comenzar a quitar tornillos (unos treinta), hay que tener en cuenta que, bajo el circuíto electrónico hay dos más, así que no se recomienda tirar con fuerza si no sale. El cable que rodea todo el cuerpo del teclado está pegado, por joder, imagino, y hay que tratar de despegarlo o, en caso de que no se pueda, romper la cubierta plástica del mismo y dejar el cobre al aire. Yo usé el segundo caso. Por último, hay unos topes de plástico que han sido quemados para evitar que se muevan las láminas de plástico y que hay que cortar. Es un método curioso que nunca había visto. En vez de más tornillos, le pones un cacho de plástico y le quemas el extremo. Más barato, imposible.

A continuación viene lo divertido: desmontar, una a una, todas las teclas. Tras ciento cinco puedo decir que encontré un método sencillo y práctico para extraerlas. Consistía en pulsar las teclas desde abajo y, por arriba mover una de las patillas con suavidad y un objeto romo, unas pinzas en mi caso, mientras soltabas lentamente la pieza. Por último, un pequeño empujón desde arriba, cuando la patilla ya estaba liberada, soltaba la pieza sin problemas. Pero, tras treinta teclas, las prisas empiezan a hacer mella y uno se puede cargar patillas por ser impaciente. ¡Jazz y tila! 🙂

La porquería que aparece entre las teclas puede variar pero, tras nueve años de servicio ininterrumpido, con lo que saqué del teclado se podía reconstruir un hamster.

Una vez extraídas las teclas, las puse en un bol con agua y jabón y las dejé reposar un día antes de darles un buen fregado en la bañera. No las metí en el lavaplatos porque he leído que el detergente de éste es bastante agresivo y no quería quedarme sin la serigrafía. Quizá la próxima vez terminen ahí. Las carcasas, esas sí, recibieron un baño más profundo, aunque con el programa delicado.

Tras los respectivos baños, estuvieron secando medio día más. Luego coloqué las teclas con mucho cuidado, sin emplear demasiada fuerza al encajarlas en su posición y comprobando dos veces que, realmente, aquella era la tecla de esa posición. No me apetecía desmontar más teclas.

Después llegó el turno del ensamblado, que fue en orden inverso al de desmontaje. Primero las láminas de goma, luego la lámina de plástico con los sensores, el circuito integrado y, finalmente, la chapa metálica. Sólo faltaba colocar un tornillo para sujetar el conjunto, conectar el cable que lleva la energía desde las pilas (paso importantísimo que yo, obviamente, olvidé) y probar si funciona.

Pero antes de todo eso, todavía hubo tiempo para jugar un poco. Con tantas teclas, la mesa parecía un teclado de Scrabble.

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