A principios de febrero decidí vender el iPad, principalmente porque ya no contaba con el favor de Apple ni de sus actualizaciones y porque cada vez se le hacía más cuesta arriba lidiar con ciertas aplicaciones. El que por el camino me deshiciese de iTunes es puramente anecdótico, aunque liberador :D.
Como considero útil este tipo de dispositivos, me puse enseguida a mirar alternativas, esta vez fuera del mundo de la manzana mordida. En su día, cuando sacaron el iPad, obtener una tableta con unas características similares a la de Apple significaba pagar lo mismo y luchar a brazo partido con el sistema operativo para conseguir el mismo rendimiento. Por eso terminé comprándome un iPad y, sinceramente, no es algo que lamente, más bien al contrario. Quiero pensar que ha sido la marca de Cupertino quien me ha echado de su lado, no manteniendo la compatibilidad con el primer dispositivo, ávidos de que cambiase de tableta cada seis meses.
Hoy en día, Android se ha ganado a pulso la fama de ser un buen sistema operativo para tabletas y junto a la política de precios bajos de los dispositivos Nexus, terminé mirando una de siete pulgadas. Suponía que sería más fácil de transportar y para los usos que tenía pensado (escribir, leer, navegar y bastantes pdf), esas siete pulgadas se me antojaban suficientes. Pero, cuando había tomado una decisión y me encontraba comentándoselo a eme, me dijo que porqué no mirábamos una para comprar entre los dos. Ese bonito gesto de pareja que tanto conmovió mi corazón tuvo un efecto inmediato: aumentó las pulgadas de la Nexus de siete a diez.
Lo que sucede cuando recibes un artículo electrónico en el trabajo es digno de estudio: la ilusión te vuelve gilipollas. Por supuesto, no pude reprimir las ganas de conectar la Nexus 10 a través del móvil y, en apenas tres horas, fundir la mitad larga de mi tarifa de datos, quedándome a cero con medio mes por delante. Es un dispositivo estupendo, rápido, ágil y, como no, con una gran interoperatividad con la cuenta de correo de gmail, lo cual se traduce en una cantidad ingente de datos que aparecen solos.
Tras dos semanas de uso intensivo estoy contento con el cambio. La nueva tableta es más rápida y potente, y el sistema operativo utiliza muy bien todo el hardware. Con un puñado de aplicaciones bien escogidas, el uso que se le da a estos dispostivos es impresionante. Ayer, sin ir más lejos, estuve jugando un buen rato al Need for Speed Most Wanted y me sorprendió la calidad de los gráficos y lo fluido que iba el juego.
Ahora, lo único que falta y que estado retrasando todo lo posible es la evaluación final, el banco de pruebas más exigente que conozco: mi sobrino. Ya en semana santa me estuvo preguntando cada diez minutos por el ordenador puesto que quería ver al perrín. Traducido al román paladino, quería jugar con Ben, el perro hablador que tenía en el iPad. Afortunadamente el móvil me permitió salir del paso sin perder puntos.
Pero para la próxima ocasión quiero estar mejor preparado. Por eso ya tengo medio zoológico embutido en la Nexus 10, junto con Thomas y sus colegas, algún que otro simulador de trenes y todo ello en un bonito perfil con su foto. Para que no tenga que buscar entre las cosas de su tío. Y, si de esta no sale un Sheldon Cooper con título de veterinario, no sé que saldrá.