Frío me he quedado este fin de semana, de retiro relajante en el pueblo de eme, al terminar de ver el primer episodio de Wallander, la serie de televisión hecha por Kenneth Branagh y basada en los libros de Henning Mankell. Hasta la fecha, las facciones del detective de Yslad se me habían antojado vagas, sin líneas definidas pero con aire entre el mejor Colombo y el inspector Luigi Macarroni, del cómic El condón asesino. Veía al personaje un tanto desastrado, con una gabardina siempre arrugada y, según avanza cada novela, más cansado y dubitativo. Desde el instante en que terminé de ver ese primer capítulo, Kurt Wallander es físicamente igual que Kenneth Branagh, que está un poco más gordo que el Branagh que arrasó en los noventa, pero con el que comparte el mismo aire de fragilidad y astío. La gabardina, de la que no se sabe nada, ha dado paso a un chaqueta en permanente estado de desintegración, al igual que el personaje.
Otra de las cosas que me ha llamado la atención son los escenarios, rodados en Suecia y con una factura impecable. He leído por algún lugar de la vasta internet que se grabó con una de esas cámaras de video que son, en realidad, cámaras de fotos que graban video, convirtiendo cada fotograma en una fotografía. Desconozco si el dato es cierto pero, durante ese primer capítulo, la fotografía y la luz son, sencillamente, deliciosas. Todavía me relamo al recordar una escena nocturna en mitad de ese campo de flores amarillas, con el atardecer de fondo y las luces de un par de coches de policía.
Por supuesto, echo en falta ciertas partes del libro como la sensación de agotamiento que va arrastrando según pasan las páginas y que se convierte en algo habitual en el personaje, impregnando el ánimo de Wallander y modificando la narración. Afortunadamente, Branagh construye un personaje bastante humano, cercano a lo que uno puede imaginarse al leer los libros y a años luz de los inspectores y detectives que pueblan la televisión. Wallander es un tipo que duda, que se enfada, que llora, que no sabe qué hacer con su hija y que tiene problemas de comunicación con su padre. Es el inspector al que se le destintan los bolígrafos y que nunca lleva papel encima. ¡Y está gordo!
Curiosamente, me ha gustado tanto que no me importa que me haya estropeado el primer libro de la saga, que aún no he leído y que espero encontrar en la biblioteca esta misma tarde. El segundo episodio, ¡menos mal!, sí está basado en uno de los libros que ya he leído, por lo espero encontrar pronto la hora y media que dura cada capítulo.