No tenía más de seis años cuando se plantó frente al ventanal de una ferretería del centro de la ciudad y señaló, serio como un adulto, la caja de seguridad roja.
— Güelita, para mi cumple quiero esa caja de caudales. ¿Vale?
— Vale.
Eran los primeros días de octubre y un par de meses después, sentados ante una tarta, los dos cumplieron su parte del acuerdo y la caja roja fue el regalo estrella, el más deseado y el que estuvo toda la jornada sobre la mesa, bien visible, a mano.
Durante mucho tiempo, años enteros, la caja guardó los objetos más preciados del niño, canicas, chapas, navajas, el garbancero y algún cromo viejo, cosas importantes y con un enorme signficado, pero nada que fuese digno de ser cobijado en una caja de caudales, bajo dos cerraduras de números. Y es que se hace dificil guardar cosas íntimas y privadas cuando la clave que abre el cofre, la combinación de la cerradura, la conoce todo el mundo y cuando se tiene la certeza de que, cada cierto tiempo, la caja es abierta y revisada en busca de secretos incofesables.
Un día, la caja no se abrió. La combinación de siempre, la que venía escrita en una etiqueta con bolígrafo azul en el fondo, no funcionó. Alguien le había devuelto su dignidad, su función original de caja de caudales, a fuerza de sustituir el viejo 46-32 por un par de números nuevos. Al mismo tiempo, el niño sonreía, sabedor de que a partir de entonces, una parte de su vida sería privada, que nadie podría ojear sus secretos.
Pero una mañana el niño se despertó y se había olvidado la clave, los dos números. Durante días trató de recordarla y se sentaba a probar posibles combinaciones, la fecha de su cumpleaños, el año de su nacimiento, y una lista con sus números favoritos, pero ninguna abría la caja. Con el paso de los días, sus opciones se reducían y empezó a cambiar de métodos y a emplear herramientas, artilugios para introducir por cualquier ranura, martillos para golpear incesantemente la tapa e, incluso, un pequeño berbiquí para intentar perforarla. Unos días más tarde, desesperado y aburrido, la tiro en el armario y la olvidó.
El niño, que ya no es tal, no recuerda qué secreto guarda su caja de caudales, el oscuro objeto que le llevó a cambiar la contraseña para ocultarlo de todo el mundo.
relato, la caja roja
5 ideas sobre “la caja roja”
Que inútil, dámela a mi verá como yo te la abro,
Tienes que usar el talento de tus manos para abrirla: Precisión, Habilidad, Pulso… y una buena maza. Hazme caso. No falla.
(Disclaimer: El inventor de este sistema de abrir cajas de seguridad no se hace responsable de la integridad de la misma y/o de su contenido. This method is provided as-is, y en la buena voluntad de ayudar a un amigo 🙂 )
Cuando leí tu escrito, fuí directamente a la estantería del armario dónde durante años estuvo la caja roja, y a pesar de la limpieza cotidiana, hasta ahora no me di cuente de que faltaba, ¿dónde esta la caja roja?
la caja está en la habitación del hermanín, en el lateral del armario que se vé según entras, abajo del todo, en la última balda 😀
No, allí la situaba yo y según te indiqué antes, no está. Hay que hacer una investigación profunda y localizarla.