«No te preocupes por ellos –le decía a Dios– por… por… porque… todos son equi… equi… ¡eso es!… equivocaciones tuyas. Son los ren… renglones torci… torcidos, de cuando apren… apren… ¡eso es!… aprendiste a escribir. ¡Los pobres locos –continuo ahogado por los sollozos– son tus fal… faltas de orto… ortografía!»