Me ocurre muy pocas veces y por eso he aprendido a saborearlas como si fuesen únicas. De pronto se termina, dejándote solo en el patio de butacas y empiezas a comprender toda la historias mientras la revives durante unos instantes más, antes de que las luces se enciendan del todo y toda la gente que te precede haya salido y tengas que seguirla de mala gana.
De las últimas dos horas sólo recuerdas lo incómodo de la butaca y el final de una canción de La novia cadaver que se metió por medio, el resto no es tuyo, no te pertenece y, sin embargo, lo envidias. Sabes que es dificil contar tan poca historia con tan pocas palabras. Envidias las ideas y los diálogos, ciertos detalles y más de media película. ¡Hasta le acompañaba el run-run del proyector!
Te dejas arrastrar fuera, a la noche y la calle mientras preguntas ¿te gustó?, aunque ya sabes la respuesta, sabes que sí. eme se ha pasado las dos horas de proyección seria, mirando al frente, síntoma de que estaba atenta, de que le gustó y lo corrobora con una sonrisa. Fuera, al frio, quieres, necesitas, exiges una cerveza en algún tugurio cercano. Insistes y argumentas mil cosas incoherentes sin atreverte a contar el por qué, porque ciertas películas no se pueden ver sin una cerveza, como si ésta fuese necesaria para una correcta digestión o para entender todos los matices del argumento. A lo mejor el buen cine es un atajo entre las nubes de tabaco de Garci y las cervezas a medianoche, quien sabe. eme, mucho más coherente, recuerda que mañana también hay juerga y de las buenas, vestido con corbata, así que nos montamos en la moto y volvemos a casa, recordando en voz alta detalles y guiños, mientras recorremos la ciudad con las viseras de los cascos subidas, desafiando al frio.
La película, por cierto, habla de gente que prefiere estar sola, gente que no habla, no se comunica ni comparte sus ideas y, sin embargo, están obligados a convivir en una plataforma de extracción de petroleo en mitad del Mar del Norte. Gente que sólamente cuenta sus miserias cuando sabe que es escuchada, historias tristes, desgarradoras y tiernas. Gente muerta y gente que quiere sobrevivir a sus muertos.
La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet.
La cerveza cayó mientras escribo éstoâ?¦