Anoche estuve viendo «Cadena de favores» y es una de esas películas que te reconcilian con el mundo. De vez en cuando, ultimamente muy de vez en cuando, alguna película cuenta las cosas más simples de la manera más sencilla. No suelen aparecer anunciándose ostentosamente en la televisión, tampoco cuentan un par de miles de millones de euros para efectos especiales y se distinguen rápidamente por tener buenos actores.
La idea es buena: tu ayudas a tres personas y esas tres personas ayudan, a su vez, a otras tres personas. Al final la cadena es tomada como un acto de fe y gente que no debería ni verse por la calle se salva del vacío. La moraleja dice que si nos podemos de acuerdo podremos hacer algo grande, global, en común para todos. Pero eso no es más que una bonita utopía en la que no me importaría perderme. Soñar no es malo y hace demasiado tiempo que no lo hacemos. Hay que arriesgarse, llorar, sufrir, levantarse y volverse a caer. No por nada, simplemente porque es lo que hay y no va a cambiar. No nos queda más que batirnos en duelo, sus y a ellos, apretar los puños y avanzar.