Al día siguiente, sábado, día del estreno y del estrés, volvimos a madrugar, recogimos al director y fuimos de cabeza al teatro. Hubo otra reunión de todo el elenco, esta vez en el mismo escenario y ahí me dijo que no habría muro, que había demasiadas cosas pendientes más importantes y que me centrase en ellas. Un día perdido, pensé.
Porque lo que estaba pendiente y corría más prisa era algo que no me había contado hasta el día anterior, cuando me comunicó que las lonas que tapaban la estructura y sobre las que se iba a proyectar, esas lonas que en noviembre me había asegurado que estarían listas mientras daba a enterder que alguien las pondría allí también caían dentro de mis responsabilidades como ayudante de dirección. Cuatro piezas casi cuadradas de dos metros y medio de lado y una quinta estrecha y alargada para cubrir la parte inferior de un elevador. Y corría prisa porque se proyectaría sobre ellas. Y me lo dijo de golpe, sin anestesia, ni nada.
Sin querer darme cuenta de ello había ido dejando de lado el tema de la proyección, agobiado porque no conseguía un programa que funcionase en el ordenador y porque no sabía exactamente cómo hacerle frente al problema. Tenía que proyectar imágenes alternas en las dos estructuras, sobre las telas, por supuesto. Realmente me empecé a acojonar cuando tuve una reunión en casa del director y, nada más entrar, me dió mi guión, una versión última sacada de las galeradas del texto. Después, nos pasamos una hora repasándolo, anotando los cambios de imagen, marcando las palabras exactas donde quería que cambiase las imágenes, la idea que tenía para cada fondo de escena, con mucho detalle y describiendo las transiciones entre imágenes, estructuras y ritmos. Una verdadera pesadilla para un novato.
Tras pasarme un mes peleándome con todo tipo de programas y sistemas operativos, aquella mañana lo volví a aparcar hasta que las lonas estuviesen listas, como no. En algún momento del viernes mi meta y motivación única se convirtió en terminar, al menos, una de las tres tareas principales. Perdía de goleada pero ahí estaba, aguantando el tipo y las ganas de llorar abrazando mis rodillas, acuclillado en una esquina poco transitada.
Las malditas lonas nos llevaron toda la mañana y parte de la tarde. Me ayudaron dos de las actrices (¡gracias, gracias, gracias Omi y Anastasia!) y pudimos terminar con ellas sobre las cinco, a dos horas de que se subiese el telón. No es que fuese ingeniería aeroespacial, sino que las puertas correderas eran unos trastos grandes y poco prácticos que se tenían que montar de uno en uno por falta de sitio. Al parecer, si dejas cosas tiradas temporalmente en el escenario, los actores y actrices se pueden romper la crisma con tanta prueba de luces y tanto ensayo. Detallitos…
Así que allí estaba, a dos horas de levantar el telón, sin haber comido (tuve que ir a casa a por adaptador para uno de los proyectores), muy nervioso pero, al menos, tenía una de las tareas completada. Tocaba ver dónde me colocaba para poder controlar los dos proyectores y poder hacer las trasiciones entre escenas. Mi idea desde el principio había sido colocarme tras las estructuras, escondido en un espacio de metro y medio de ancho que quedaba entre ambas plataformas, perfectamente centrado y a tiro de cable VGA y HDMI de los dos aparatos hacedores de luces. Tenía que controlar dos proyectores con un único portátil y tratar cada una de las pantallas que éstos extendían de forma independiente y me habían dejado dos buenos cacharros Acer, un poco viejos pero con todo tipo de opciones. Parecía factible. Pero no lo era. A media hora de empezar, en pleno ataque de histeria, me dió por dudar de todo y descubrí que el que tenía mando a distancia, el más viejo y con conexión VGA, no le funcionaba y y el que no tenía estaba bloqueado en el puerto VGA y sin posibilidad de cambiarlo. Así que al final, todo por VGA, sin mandos a distancia, imagen en espejo ni botones que controlase nada, como en los viejos tiempos.
Y así llegué a veinte minutos de empezar sin saber cómo iba a proyectar las imágenes. A, que me observaba desde la manga izquierda (el lateral del escenario), me dió ánimos y me recomendó que me centrase en uno sólo de los proyectores, en sacar algo y a mi, en aquel momento, me pareció perfectamente lógico. Más tarde me diría que me vió pálido y camino del ataque de ansiedad e intentó mitigarlo con eso. Tiré de lo conocido, de LibreOffice y me olvidé del proyector izquierdo, poniéndole una imagen fija y preparé unas diapositivas con las imágenes para pasarlas a capón, pulsando con saña la barra espaciadora. El telón se subió diez minutos más tarde por mi culpa, porque tarde nueve en terminar con las diapositivas.
El director, por el pinganillo, recibió mi mensaje de que estaba listo con un gruñido de alivio y dijo que abríamos las puertas del teatro al público. Ya no había más cambios, el estreno empezaba oficialmente. La sala comenzó a llenarse gente, se escuchaban voces y conversaciones. Levanté la vista del portátil y entonces recordé un detalle: desde mi sitio tras las estructuras del escenario uno de los cables no llegaba. La única solución fue colocar una silla dentro de la estructura derecha (desde el público) y controlar el portátil allí sentado.
Así que allí estaba, en el escenario, oculto tras unas lonas, proyectando con un programa ofimático, quince minutos antes de que el primer actor pisase escena. Y allí me iba a quedar hasta que terminase todo. Y estaba muerto de miedo.
4 ideas sobre “teatro (dos)”
Como fan de ésta historia… quiero saber… ¿hay tres?
Claro que hay tres. ¿Aún no te has dado cuenta que es un folletín por entregas? Aspiro a hacerme rico contando miserias 😀
Interpreto que has visto mi nuevo link. Bien.
Entre que llega la parte tres, seguiré buscando el botón de micropagos… (o macropagos si pretendes hacerte rico muy rápido)
pues no lo había visto 😀
Déjate de botones, te mando y micropagos, te paso mi número de cuenta por privado XD