El sábado me reencontré con un viejo hábito que hacía tiempo que no practicaba: la ingesta de alimentos durante más de ocho horas seguidas. Fuimos a un fiesta, a una convocatoria de un tipo que ha encontrado el chollo de su vida, ese trabajo que da vergüenza explicar, el de policía local en su pueblo. Roso nos invitó a una comilona, una fiesta, una caldereta, con amigos y familiares, un grupo selecto y escogido y, la verdad, es que resulta muy dificil explicar qué fue.
Para empezar fue de todo menos frugal: llegamos a la una y media y, tras el control de llegada, me pusieron una cerveza en una mano y un trozo de tortilla en la otra. Y así estuvimos hasta el final, a eso de las dos de la mañana, pasando por todo lo imaginable, queso, embutido, empanadas, carnes varias y un cordero entero servidor en costillas y en caldereta (regado de dos litros de vino, dos de cerveza y un vaso colmado de comedores de carne). Al final, partido del Barça – Depor y, justo antes de abandonar el local y emprender el camino a la cama, unas chuletitas de cordero recién pasadas por la parrilla para entonar en estómago.
¿La moraleja? Que muchas felicidades al homenajeado por su nuevo y flamante puesto vitalicio y que cuente con nosotros para esos eventos lúdico-deportivos :D.
comida, cordero, celebracion