Recogió el brazo y se sentó frente a mi. Pelo suelto y ondulado, caído en melena, como un sargazo fresco, sobre los hombros levantados y desnudos, brillantes como si acabase de barnizarlos ex profeso el ebanista. Vestía una blusa negra sujetada con un broche detrás del cuello. «Soy el resto de la chica que conoces», dijo. «Estás tan cambiada que nada más verte estuve tentado de preguntarte por ti». Había cumplido la promesa que me hizo al apalabrar la cita: «Me presentaré elegante y discreta. Me maquillaré como dices tú que se maquilla una mujer cuando quiere que se le note el alma sin que se le sepa el precio». Palabra cumplida.
José Luis Alvite en Llama de cera (I).