Hablando de la década de los ochenta, estaba empezando a recordar cómo era la vida sin tanta saturación de información, sin tantas noticias al instante ni esta necesidad de tener un ordenador e Internet, sin esta ventana abierta al mundo que tanto ofrece y tanto exige.
Los trabajos para el cole se hacían a mano, si esperabas una llamada lo hacías literalmente junto al teléfono, los alimentos sabían a otra cosa o quizá es que simplemente sabían, te llevaban a aprender mecanografía en viejas y enormes Olivettis, cuya función principal era borrarte las huellas dactilares por la fuerza que había que emplear con las teclas, a mi barrio lo cercaban los praos y el mar, la nocilla y la leche condensada estaban permitidas cada cierto tiempo, las meriendas eran de colacao y tostadas con mucha mermelada, los yogures eran caseros y la biblioteca del ateneo era el lugar más cálido y lleno de información del mundo, era Internet.
Si creyese en alguna religión más o menos oficial, pensaría que el mundo se está quedando sin alma, que estamos perdiendo el rumbo y que de esta no nos salva ni el tato. Como no es el caso, sé que me aproximo a otro cambio de década y eso, aunque lleve dos o tres años mentalizándome, asimilándolo y tratando de hacer del evento una fiesta, jode. ¡Y cuanto!
nostalgia, recuerdos, 1980