Imaginemos la habitación de un hospital, uno cualquiera, uno de esos encargados con el fin de la tristeza, enmarcados en gris.
Un hombre joven que se sabe muerto alterna las horas en las que no dormita entre el ejercicio de la mirada a través de la ventana y el dolor.
A escasos metros de allí , en el edificio donde se suelen repartir las alegrías, hace unas horas que nació un bebé, uno precioso, un bebé hermoso de cuatro kilos, la piel rosada y la cabeza llena de pelo, uno de esos pocos a salvo de los comentarios de marujas malcaradas.
El sentido vero, en foto36.