Fue un beso rabioso y apretado que se me hizo largo, amniótico e irrespirable como si nos estuviésemos besando en el fondo del mar, pero resultó también uno de esos besos comestibles y excitantes que saben a sexo y a comida. Después ella apoyó su cabeza en mi hombro y yo me pasé los dedos por la boca para comprobar los desperfectos. No recuerdo muchos besos como aquel. Me había quedado tan entumecida la boca, que pensé que pasarían varias semanas antes de que pudiese silbar de nuevo «El puente sobre el río Kwai».
José Luis Alvite en Un caracol francés (II).