Naturalmente, tengo la suerte de tener un barman desinteresado al que también la preocupan mi salud y mis sueños, un tipo, ese Tino Landeira de «El Corzo», que opina, como yo, que la vida sería más llevadera si la lotería cayese por lo menos tan repartida como suele caer la muerte, esa jodida pedrea sin estribillo y sin bombo en la que todos jugamos atrapados en el riguroso e implacable turno de oficio. Este año juego menos dinero que nunca y espero tranquilamente el resultado del sorteo, a sabiendas de que el dinero que no me gasté en participaciones, me servirá para celebrar por todo lo alto la inmensa suerte de no haber jugado.
Otra vez Al, Alvite en Las larvas de la lluvia.
Por cierto, hace tres días escribió un artículo titulado Almas y copas que yo considero impagable.
No se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de que la mayoría de nosotros bebemos porque no soportamos la soledad; porque arrastramos algún fracaso que jamás nos da una tregua; algunos, porque nada hay mejor que la quinta copa para evitar decirle a tu amiga del alma las estupideces que se te habían ocurrido con la copa anterior; otras veces, porque cabe la posibilidad de que el siguiente trago te permita esa pizca de audacia, de temeridad o de grosería que tanto bien le hacen a veces al talento.
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