Casi ciento cincuenta fotografías para llegar a esta… El procesado me ha llevado bastante más de lo que pensaba, porque utilizar dos cámaras diferentes y emocionarse disparando fotos sólo da problemas pero, al final, como siempre, ha merecido la pena por esta y otras tres o cuatro imágenes más.
Las fotos a los sobrinos es un círculo vicioso. Uno empieza haciéndose el responsable, no queriendo disparar por disparar, escogiendo el momento, preparando la cámara, el fondo, el ambiente para que nada se salga de madre y poder tomar una docena escasa de donde elegir. La realidad es otra.
Tienes quince minutos, más o menos, en los que consigues que dejen a la cría sola, a su aire y sin que nadie le ande con el pelo, la ropa o intente sacar las manos de la boca. Por supuesto, es tarde y ya no hay luz natural con que jugar. En su lugar hay una bombilla de bajo consumo que vuelve íntima la estancia hasta que calienta. También hay gente, mucha, hablando con la niña para que sonría, para que levante la cabeza, para que saque las manos de la boca… dando sombras y haciendo que la modelo no pare un instante, ¡como si le hiciera falta la ayuda!
Así que, sencillamente, olvidas todo lo que tenías previsto, mandas el autocontrol del dedo índice al carajo y te lías a disparar fotos buscando ese instante precioso en que todo se conjura contigo.
A veces los encuentras.