A ella le aburrían los libros de texto; desde niña le aburrieron. En ese terreno se movía un poco en la quimera. Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido. Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llega a interesarse por un libro se convierte inevitablemente en un esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían los problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector quedaba siempre insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte. Sentía avidez por la letra impresa. Y me la contagió. Fue ella la que me aproximó a los libros, a ciertos libros y a ciertos autores. En realidad me abrió las puertas de ese mundo.
* Señora de rojo sobre fondo gris — Miguel Delibes.
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